El fuelle del bandoneón

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¿Y qué hacer de mis días si el bandoneón que una vez los musicalizó tiene el fuelle roto y ya no puede cantarle a nuestras aventuras?

Porque los días enteros pasan con proyectos de niños, viajes, títulos, amores, triunfos, cenas, almuerzos y desayunos. A veces con las ideas de lo oscuro y lo amargo, a veces con las delicias de lo dulce e inmaculado. De vez en cuando también son el olvido o la monotonía y sin embargo ninguno pasa sin que tus ojos me miren, salvo aquellos días como estos, en los que decidimos fingir que no nos queremos.

Ni la muerte es suficiente para borrarte, ni la disciplina basta para poder estar contigo, ni la lujuria se sacia cuando a mi lado duermes, ni mucho menos el amor acaba porque no me hables. No son los detalles los que nos unen y tampoco puede ser la indeferencia la que nos separe.

Claramente amor mio, amor de mis amores, enseñarme a escribir nuestra historia ha sido el recorrido más extraño en el que he estado. No hay norte aunque haya meta. No existe la melancolía porque eres toda felicidad. No existes sino en mi sueños y ya parece que hace mucho tiempo no despierto.

¿Dónde esta mi vida, el amor hermoso, del que todos los días bebimos en las madrugadas? Porque de afirmar con tu indiferencia que ese del que te hablo es puro espejismo, mi alma malherida no tendría otro remedio que vagar en la tiniebla de la imitación barata. Hoy no suena el bandoneón de nuestro amor, porque tiene roto el fuelle. Y permanecerá roto hasta que tus labios vuelvan a besarme.

Pic: Bandoneón por .Mahadeva
Soundtrack: Libertango - Astor Piazzola

La mentirosa ontología del colombiano

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Colombianadas 07

Es innegable que Colombia existe como una construcción conceptual. Sentados en transmilenio, en los monólogos de un comediante, en el vendededor ambulante y en el mondongo que preparan nuestras madres, están todos aquellos significados y referentes que hemos movilizado para redirigirlos a esa única palabra que indica un Estado, una nación -a pesar de sí misma como dice el título de cierto libro - y otros tantos cúmulos de cosas que le describen. Dentro de estos significados, uno particularmente recurrente es el de "los colombianos", sin el cual "Colombia" no sería nada más que una seudodiosa inventada en la revolución americana en el Siglo XVIII. 

Del colombiano, el tipo que los extranjeros describen como alegre, rumbero y amable, se dice con una facilidad increíble - como un dogma implantado socialmente - que es un tipo "echado pa'lante". Y esto se aprende casi al mismo tiempo que a leer, a escribir o a rezar el padre nuestro antes de dormir. De ejemplos estamos inundados en todos los ámbitos que propugnan por ensalzar nuestras raíces y crear el orgullo patrio, en este árido desierto de falta de identificación del colombiano, con Colombia. 

El colombiano "echado pa'lante" es el que migra a otro país, triunfa y luego les da de comer a los que no tienen techo, es el colombo-japonés que nos dice que somos ricos mientras que en una de las mayores economías del mundo son pobres, es el que nunca se rinde a la hora de encontrar la vacuna contra una enfermedad tropical, el ciclista que gana competencias internacionales o el genio que descubrió que la falta de educación y de bibliotecas se soluciona con un burro que vaya de pueblo en pueblo con un costal de libros a cuestas. El colombiano "echado pa'lante" es la figura de resiliencia a la que acuden los caídos en desgracia, como el campesino desplazado o el desempleado que "se la rebusca" hasta en los buses. En el lenguaje del marketing, es como si dentro de nosotros existiera un Juan Valdez que "le pone la cara a los problemas".

Sin embargo, debo confesar que yo siempre he tenido graves problemas con esa idea tan peculiar. Porque hay que decir que logré aprender a leer, a escribir y a rezar el padre nuestro a la hora de dormir, pero nunca nadie logró que me tragara el cuento acerca de esa virtud tan mentada y tan amada que supuestamente poseemos.

Para mí, una sociedad inundada de "echados pa'lante" sería incompatible con los altos índices de cínica corrupción desfilando por las noticias matutinas, vespertinas y nocturnas.  Sería también incompatible con una economía de mercado donde el consumidor no defiende sus derechos, ni siquiera se interesa por conocerlos y peor aún, se censura y señala como perturbador de la paz al que protesta. Y es que yo no entiendo cómo se nos dice con tanta ligereza que poseemos este súper poder, que más parece traído de una historieta de Marvel, cuando la gente está convencida de que no se debe acudir a la justicia porque no funciona o que los políticos son corruptos per se y que votar o no, no va a cambiar las cosas. 

Esa cómoda visión de nosotros mismos, que pontifica sobre el "abeja" que "no se la deja montar", que toma una marca conocida como la Pizza Nostra y la convierte en "Chicha Nostra", que vive de la apología constante que la picaresca criolla hace del narco o del corrupto, de la idea de que la mejor justicia es la que viene de la mano propia o de la profecía perpetua de una paz posible, ha ensombrecido la cruda realidad: los colombianos vivimos en una rapiña constante por la supervivencia indigna y no por el desarrollo y optimización de nuestra calidad de vida.

No puede uno negar lo cuestionable de la noción de desarrollo introducida por el pensamiento del libre mercado. Pero no puede uno negar que desarrollo es también una palabra que pretende describir una situación en la que paulatinamente se reduce cierto caos (normativo, económico, social) y se llega a un objetivo prefijado por los involucrados, en el cual se encuentre un bienestar. Esto no pretende desvirtuar algunas tesis sobre el caos como motor de las sociedades, pero es absurdo permitir que en pro del caos, se abogue por el mantenimiento de la miseria. Una cosa es caos, otra controversia. 

Si me lo preguntan, la vía más expedita para llegar a ser una sociedad verdaderamente "echada pa'lante", comienza con algo muy sencillo: "el imperio de la ley". Esta idea, que a pesar de ser también un postulado liberal, en nuestra sociedad parece haber sucumbido a la idea de la depredación mutua en pro de un supuesto enriquecimiento personal. Ella consiste en un moldeamiento de un sistema regulador de la conducta que funcione desde la base hasta sus servidores públicos y no desde los linajes artificiales de la farandula criolla.

No quiere decir que debemos redoblar los policías en las calles, o aumentar el número de jueces y magistrados, es más simple. El chip* que todos traemos, debe reprogramarse para entender que nuestra miseria como sociedad, es directamente proporcional al arraigo que tenga en nosotros la idea de que toda "papaya puesta" debe ser "partida".


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*Adenda: el chip no viene preprogramado. Nosotros lo programamos y por eso podemos reprogramarlo. 
(Por un comentario que me hizo @juglardelzipa)


Pic: Colombianadas 07 por  Wilson X en Flickr
Soundtrack: Colombia Tierra de todos de Grupo Niche