Valiéndome del título de la obra de teatro de
García Márquez, quiero formular un reclamo en nombre de Tunja, mujer
profundamente herida, porque su esposo –la dirigencia local – nunca le presta
atención y la ha condenado a años de sufrimientos por sus interminables
omisiones.
Dicen los gurús de las relaciones sentimentales,
que el elemento central de una relación es la comunicación. Y a veces a las
parejas se les olvida que a pesar de que los reclamos puedan ser airados,
groseros y hasta impertinentes, no son sino el reflejo de un marcado
descontento con la negligencia de quien se supone ha escogido a su compañera
para amarla, respetarla, acompañarla en la dificultad y ayudarle a superarla
como socios que son en esa gran empresa que representa su relación.
Son conocidas las molestias que en los políticos de
Tunja se han generado por cuenta de la labor de sus críticos, que solo tienen
el afán de ser la conciencia de la ciudad ante la resignación de sus ciudadanos
frente a la ineficiencia de sus representantes en el poder. Pero se les olvida
que el quid del asunto no está en el disentimiento, no radica en que se haga,
sino en lo que significa.
Al escoger su profesión, los políticos en una
sociedad democrática aceptan el robusto escrutinio del público y la crítica, ya
que sus actividades salen del dominio de la
esfera privada para insertarse en la esfera del debate público. Este
umbral no se asienta en la calidad del sujeto, sino en el interés público de
las actividades que realiza. Y es que el control democrático a través de la
opinión pública fomenta la transparencia de las actividades estatales y
promueve la responsabilidad de los funcionarios sobre su gestión pública. De
ahí la mayor tolerancia que se debe dar a las afirmaciones y apreciaciones
vertidas por los ciudadanos en ejercicio de dicho control democrático. Tales
son las demandas del pluralismo propio de una sociedad democrática, que
requiere la mayor circulación de informes y opiniones sobre asuntos de interés
público.
No lo digo yo, lo dijo la Corte Europea de Derechos
Humanos en el caso Lingens vs. Austria y en el caso Grupo de Medios Ucraniano
vs. Ucrania y más recientemente la Corte Interamericana de Derechos Humanos en
los casos Kimmel y Fontevecchia y D’Amico, ambos contra la Argentina.
Dicho esto, la invitación es para el mal esposo que
debe aprender a escuchar y corregir los errores que comete con su adorada
compañera e incluso, dada esta particular relación, debe reparar el daño que
amores anteriores le hicieron soportar y de otro lado para que la pasiva
ciudadanía capitalina no se olvide de sus más básicos derechos. Hace años que
existe el divorcio y si otrora pudimos liberar a un pueblo, seguramente podemos
recordarle a nuestros representantes en el poder, que no nos gobiernan por
derecho propio, sino porque nosotros se lo hemos permitido.
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